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Sobre todas las veces que Canarias “se ha agotado”

Fuente: https://spanishrevolution.net/canarias-se-agota-en-lucha-contra-la-gestion-negligente-y-el-turismo-masivo/

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Desde su incorporación definitiva a la corona de Castilla a finales del siglo XV la economía de las islas Canarias se ha basado en una serie de productos de exportación cuyo inicio, auge, y crisis final han sido denominados “ciclos de monocultivos”. Éstos se desarrollaron sobre todo en Tenerife, Gran Canaria y La Palma, las islas de realengo. Las demás tuvieron su propia trayectoria, muchas veces centrada en el autoconsumo o, como Lanzarote y sobre todo Fuerteventura, en la producción de cereales para el resto del archipiélago y especialmente las tres islas centrales. Por supuesto, la agricultura de autoconsumo también se desarrolló en ellas, pero sin el nivel de capitalización y de generación de beneficios que los monocultivos.

Paralelamente, y también desde finales del siglo XV hasta la actualidad, Gran Canaria y Tenerife fueron desarrollando una actividad portuaria de cierta importancia debido a su localización geográfica, generando las conocidas como “rentas de situación”. La importancia económica de los dos puertos estuvo ligada a la expansión transoceánica europea de la Edad Moderna, permitiendo su integración secundaria en el comercio triangular (que unía Europa, África y América) gracias a los vientos alisios, dominantes en nuestra latitud y necesarios para alcanzar las costas americanas con más rapidez. A ello se debe sumar el tráfico mercantil con el lejano Oriente desde Europa, que igualmente hizo de los dos puertos una parada obligatoria. La formación de los imperios coloniales europeos contemporáneos en África y Asia reforzó ese papel, pese a que la navegación a vapor ya no hizo tan imprescindible la escala en las islas para llegar hasta América, convirtiéndose no obstante en puertos de carboneo.

El primer monocultivo fue la caña y la subsiguiente producción de azúcar. Empezó desde el final del siglo XV generando bastante riqueza entre los propietarios de las plantaciones y de los ingenios azucareros, todos ellos europeos beneficiarios de los repartimientos de tierras y aguas inmediatamente posteriores a la conquista de cada isla. Pero a mediados del XVI esa actividad entró en una profunda crisis debido a la competencia de la producción azucarera del Caribe. A su paso el azúcar dejó una enorme deforestación (los ingenios consumían mucha madera) y una notoria sobreexplotación de los recursos hídricos debido a la considerable demanda de agua de las plantaciones de caña.

El cultivo de la vid y la producción de vino sustituyó a la exportación de azúcar a Europa desde finales del XVI hasta finales del XVII, dando lugar a un nuevo ciclo de monocultivo más duradero. Los caldos isleños fueron muy apreciados, sobre todo en el Reino Unido y sus colonias norteamericanas, permitiendo acumular grandes fortunas a las familias terratenientes. Pero al terminar el siglo XVII los cambios geopolíticos en Europa, el acercamiento británico a Portugal, supuso la sustitución de los vinos canarios por los portugueses en esos mercados. La emigración hacia América y el Caribe mitigó parcialmente la crisis social provocada por el final del ciclo del vino.

Esa situación (pobreza extrema, hambre y emigración) se prolongó hasta mediados del siglo XIX entre diversos intentos, en general fallidos, de introducir actividades alternativas de alta rentabilidad. Hasta que el cultivo del nopal para explotar la cochinilla (un parásito de uso tintóreo) se convirtió en la nueva gallina de los huevos de oro. Su importancia fue tal que ha dejado huella en todas las islas, en todas sus vertientes y en casi todas sus altitudes. De hecho, muchos canarios creen que la tunera es una planta autóctona. Pero ese negocio formidable duró unas pocas décadas. El avance de la revolución industrial europea en el campo de la química permitió la producción de tintes sintéticos que desbancaron rápidamente a la cochinilla al terminar el siglo XIX: otra vez la ruina.

Sin embargo, los comerciantes y empresas británicas con intereses en las islas desde siglos atrás encontraron rápidamente un nuevo negocio agroexportador: el binomio del plátano y el tomate. Se inició a finales del XIX aunque ambos cultivos se conocían desde el siglo XVI. La producción platanera en particular supuso un esfuerzo social y ambiental considerable, dada su exigencia de tierra y de agua de alta calidad. Éste fue el periodo por excelencia de las Canary Islands, cuya impronta pervive hoy en algunos aspectos como nuestro léxico y nuestro huso horario. Fue el almirantazgo británico el que en 1921 forzó el huso de Greenwich para las islas (pese a que realmente se sitúan en el anterior), porque las autoridades españolas olvidaron el archipiélago en el decreto de 1900 que unificó los distintos horarios peninsulares y de Baleares. Aún hoy el cultivo y la exportación de plátanos y tomates sigue siendo una actividad de relativa importancia, aunque sufrió una lenta decadencia a lo largo del siglo XX, acentuada con la integración de España en la Comunidad Económica Europea en 1982. Actualmente ambos cultivos son subsidiados por la UE.

Pero el desplazamiento de la actividad agroexportadora a un segundo plano económico fue ocasionado por la introducción del turismo de masas a partir de 1960. En la actualidad supone cerca del 40% del empleo y el 35% del PIB. Fue posible gracias a distintos factores, unos exógenos y otros endógenos. Entre los primeros cabe señalar la recuperación económica de Europa tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, la instauración del estado del bienestar (que conllevó un mes de vacaciones pagadas entre otros avances), el progreso tecnológico en la aviación comercial (que ya podía trasladar más pasajeros, con mayor rapidez, y más lejos), o la Ley de Economía Exterior alemana, que liberalizó la inversión en el extranjero del capital acumulado por sus ciudadanos y empresas. Entre los factores endógenos se encontró en cierto modo la renta de situación (lo suficientemente lejos de Europa para poseer un clima subtropical y lo bastante cerca para que el vuelo no sea excesivamente largo y costoso), las rasgos geográficos, y una abundante mano de obra barata, necesaria para la actividad turística y para el sector de la construcción estrechamente asociado a ella.

Las consecuencias de toda índole del auge de este nuevo monocultivo fueron trascendentales e históricas. Se pueden sintetizar en que las sociedades de las islas en que primero se implantó (sobre todo las orientales y Tenerife) vivieron en 20 años las transformaciones que muchas de las europeas experimentaron a lo largo de un siglo y medio, aunque sin atravesar el proceso de industrialización. Frenó paulatinamente la emigración al exterior (sobre todo a Venezuela y también al Sáhara) y la población pasó de ser mayoritariamente rural a ser en gran medida urbana: por ejemplo, Las Palmas de Gran Canaria multiplicó sus habitantes por 2,4 entre 1950 y 1981. La economía dejó de ser esencialmente agraria para concentrarse en un sector servicios dominado por el capital foráneo. El aperturismo económico del franquismo a partir de 1959 favoreció esas inversiones. Pero no reaccionó a las transformaciones planificando la construcción de suficientes viviendas en los núcleos urbanos en expansión desaforada provocando la aparición de abundantes poblados de infraviviendas (el fenómeno del chabolismo), ni tampoco de las infraestructuras sanitarias y educativas necesarias. En el ámbito cultural se produjeron impactos positivos gracias al contacto con personas procedentes de otros países y culturas. Pero también generó desarraigo e infravaloración de la cultura y valores propios. No obstante, la destrucción de espacios naturales de alto valor biológico y paisajístico, y el abuso de recursos naturales particularmente limitados, el territorio y el agua, quizás se hallen entre los peores perjuicios del turismo.

Todos o casi todos los ciclos de monocultivos poseen importantes características comunes. Su implantación fue una iniciativa de agentes foráneos en la mayoría de los casos y para cubrir necesidades externas al archipiélago y sus habitantes. Enriquecieron fundamentalmente a capitalistas extranjeros beneficiando internamente a una exigua burguesía local: bastante menos de la mitad del dinero que gastan los turistas para visitar las islas se queda en ellas. Por eso, ninguno de esos monocultivos fue capaz de sacar al archipiélago del grupo de regiones más pobres de España, y el turismo tampoco. En 2023 Canarias recibió 14,1 millones de turistas extranjeros y otros casi 2 millones del resto del Estado que gastaron más dinero que nunca, pero eso no evitó que las islas encabezaran los peores resultados en la encuesta de condiciones de vida del INE, tras Andalucía, Ceuta y Melilla. Su crisis final no significó su total desaparición, perviviendo como actividades más o menos marginales que en algunos, casos como el vino y la cochinilla, actualmente están experimentando un cierto resurgir. Y, por último, su caída provocó en Canarias cierto debate entre las élites sobre el modelo económico deseable para las islas, particularmente tras el ciclo del vino.

Es en este último aspecto en que la actividad turística se ha diferenciado de los demás monocultivos. Por un lado, la discusión en torno a su viabilidad en el presente y en el futuro ha gozado de una creciente resonancia social, interesando a colectivos, movimientos y capas sociales cada vez mayores. Y por otro lado, esa controversia no se ha producido en una coyuntura de final de ciclo, sino todo lo contrario, cuando se están batiendo registros históricos de número de visitantes y de gastos por turista.

Fuente: http://www.all-free-photos.com/

La necesidad de poner coto al crecimiento turístico desmedido en Canarias tuvo un indiscutible precedente en el activismo de César Manrique en el Lanzarote de los años 70 y 80, que caló profundamente en la sociedad conejera y del resto del archipiélago, y que obtuvo algunos logros materiales. Pero una visita a su isla (y a todas las demás) tres décadas después de su fallecimiento evidencia que su mensaje y sus resultados han sido arrollados completamente por los intereses beneficiarios del turismo descontrolado. Todo ello a pesar de la ley de moratoria turística promulgada por el Gobierno de Canarias en 2003. Algunas de sus medidas supuestamente “compensatorias” entre islas y las “trampas” que esconde la mayoría de las normas legales disminuyeron su efectividad. Y la eclosión de un nuevo tipo de alojamiento distinto de los tradicionales, el alquiler de viviendas vacacionales, ha terminado de minar sus posibles logros.

Además, en las últimas décadas las autoridades y el empresariado del sector han impulsado su diversificación para atraer aún más visitantes más allá del turismo de sol y playa, que sigue siendo el mayoritario. De este modo ha crecido el turismo rural, asociado al senderismo y al disfrute de los espacios naturales terrestres, así como de los oceánicos, con la observación de cetáceos y de los fondos marinos. También han vuelto con fuerza el turismo urbano y el cultural en torno a eventos como todo tipo de festivales musicales o los mismos carnavales. E igualmente se ha incrementado el número de cruceros que arriban a los principales puertos canarios. Pero todo ello no ha evitado que 1 de cada 3 isleños sufra la pobreza y que el 16% de la población activa no tenga trabajo.

Lo anterior debería ser suficiente para cuestionar decididamente el modelo de crecimiento ilimitado de la actividad turística. No sólo no redunda en el bienestar social como cabría esperar, sino que gasta recursos muy escasos y valiosos, como el territorio (incluyendo espacios de alto valor natural) y el agua de consumo humano (que en las islas orientales procede casi toda de plantas desaladoras).

La recién nacida plataforma social Canarias se agota, lejos de la turismofobia, se ha propuesto como primer objetivo a corto plazo exigir una nueva moratoria turística que detenga definitivamente el aumento de plazas alojativas, incluyendo las viviendas vacacionales. Pero la moratoria es tan imprescindible como insuficiente, porque no supondrá una mejora significativa de las condiciones de vida de una parte importante de la población isleña. Por eso, el telón de fondo, nuevamente, es el debate sobre el modelo económico del archipiélago. Y es tanto más urgente por cuanto la actual coyuntura internacional (con una creciente crisis económica en los mercados de origen de los turistas y con unas élites económicas y políticas europeas haciendo sonar los tambores de guerra) amenaza con cerrar dramáticamente este ciclo de monocultivo en una región cuya soberanía alimentaria, además, no alcanza el 20% en el mejor de los casos.

Ese debate sobre la transformación de la estructura económica canaria no puede obviar la mayoría de las características de nuestros monocultivos históricos. Todas ellas suponen un obstáculo de gran magnitud para afrontar un cambio que, por su propia naturaleza, sería radical porque afecta directamente al papel asignado al archipiélago en el reparto internacional del trabajo y la riqueza desde los inicios de la Edad Moderna. Y la airada reacción de las autoridades autonómicas y de la patronal hotelera a la creación de la plataforma constituye un primer aviso.

Sin duda el logro de un objetivo de ese calibre implica una lucha igualmente histórica que exigirá la concienciación y la movilización de una buena parte de la sociedad canaria. Por fortuna, esa misma sociedad ha mostrado desde los pasados años 70 una especial sensibilidad por dos problemas concretos, la paz y el medio ambiente, en los que ha conseguido unas cuantas victorias destacadas. Las manifestaciones convocadas por Canarias se agota para el próximo 20 de abril serán una primera prueba de fuego.

Domingo Marrero Urbín

(Colaborador de O Olho da História entre 2005 y 2018)